Elisabeth rebuscó en el interior
de su bolso. Encontró la llave, la introdujo en la cerradura y la giró hasta notar
el pestillo descorrerse. Era su propia
casa y sin embargo se colaba en ella como una furtiva, a hurtadillas para no
ser descubierta.
Desde que su hermana sufrió el accidente, cuidarla y velar
por su salud se había convertido en toda su vida. Tenía una culpa que pagar y
lo asumía, pero en los últimos meses el lastre de la conciencia se había vuelto
más pesado y su vida se le escapaba por
momentos, casi todos ellos dedicados en exclusiva a la mujer que compartía aquella casa y que gobernaba - tirana y orgullosa- su existencia.
¿Cuánto tiempo resistiría aquella crueldad?.
Ya en el vestíbulo, se sobresaltó
al descubrir entreabierta la puerta de la habitación dónde su hermana se había
recluido voluntariamente, hacía ya quince
años. Sintió temor, angustia e incluso tristeza al mirar de soslayo la oscuridad que parecía
observarla.
“¡Que idiotez¡, parezco una cría”
-se recriminó casi al instante. Dudó por un momento si cerrarla o no. Apretó
contra si el bolso que colgaba de su hombro y optó por seguir camino hacia la
cocina. Aún disponía de unos minutos antes que ella despertara y no estaba
dispuesta a que la privase de un vaso de leche caliente. “Esta vez no” –se dijo.
Encendió la luz, abrió el
frigorífico, sacó el cartón de leche y se dispuso a calentarla en el microondas
que había comprado meses antes. Escuchó con sobresalto el chirriar de una
silla y supo que no disfrutaría de un segundo más de paz, volvía a repetirse la
escena de cada noche: Un golpe seco o arrastre que llamase su atención y la voz
imperativa y renegada de su hermana. Su
vida, en ese momento, podría muy bien haber inspirado al renombrado guionista
Harol d Ramis la película “El día de la
marmota”. La misma escena una y otra vez, un círculo vicioso que no sabía cómo
concluir pero que debía cerrar, ¡ya¡.
Tensó sus músculos, sintió la rigidez de su cuello y se preparó.
—¡Elisabeth, se que estás ahí¡
—Voy Adela, sólo he pasado a
cambiarme de ropa.
— ¡Rezas para verme muerta!. ¡Te
desharías de mí cadáver sin piedad¡… pero no olvides que… ¡¡¡TIENES LA CULPA¡¡¡.
¿Qué clase de mujer deja que el fuego devore a su hermana sin mover un dedo?. ¡Me
mirabas¡ ¡Te ví por la ventana¡,¡ querías que muriese¡. ¡Lo sé¡ -gritó la
enferma, víctima de la locura.
Elisabeth no respondió. Una
lágrima resbaló por su mejilla y no pudo
reprimir la rabia. Se levantó, lanzó la taza contra el suelo y se dirigió al
encuentro de la arpía que le exprimía la vida y se la estaba bebiendo lentamente,
disfrutando de cada sorbo. Inútil volver a explicarle que aquel fatídico día no
pudo moverse petrificada por el miedo, que lloró desconsoladamente durante
meses suplicado por la vida de su hermana cuando nadie pensó que sobreviviría.
Que la cerilla incendiaria la prendió la
propia Adela en un arrebato de locura y desesperación tras la inesperada muerte
de Mario, el hombre del que estaba perdidamente enamorada. Elisabeth la había
protegido de todos aquellos recuerdos porque temía que volviese a revivir
terrores pasados y su locura se volviese más incontrolable aún. Una vez
restaurada, la habitación se había convertido en su prisión, en todo su mundo y
nadie pudo conseguir que saliese de ahí.
Recobrando el control y la cordura, a duras penas consiguió balbucear unas palabras...
—¿Qué necesitas ahora…hermana?. Cualquiera
que fuese mi error lo estoy pagando con creces, no lo dudes –casi gritó,
acentuando el odio sordo que la
consumía.
Ya no reinaba la oscuridad en la alcoba,
la tenue luz que destilaba la pequeña lámpara colocada encima de la mesita
amarilleaba las pareces de la habitación, creaba un ambiente poco acogedor ,
cargado de intranquilidad y desasosiego.
“Hasta la habitación nos conoce” ,
rió nerviosamente Elisabeth.
Cogió la única silla de la
estancia y la llevó junto a la cama. Miró a su hermana, quien con la cabeza vuelta
hacía el otro lado no respondía a sus comentarios. Bien, seguía enfadada. “Peor para ella” –se dijo triunfalmente.
Llegado a ese punto, cualquier asomo de
retroceso por parte de una, era tomado como una pequeña victoria por la otra.
Se sentaría a leer a su lado hasta la hora de cenar, treinta minutos que le
sabrían a gloria y tiempo suficiente para hacer reaccionar a Adela.
De pronto, todas las alarmas
saltaron y la cabeza pareció estallarle. Aunque su hermana era una bruja nunca
pasaría tanto tiempo sin llamar su
atención. Algo extraño y macabro sucedía. Presagio de tragedia y maldad. Corazón desbocado. Un
sudor frio la invadió y dirigiéndose a la cama, apenas pudo articular palabra:
—Adela, no seas tonta por favor,
dime algo. Sabes que no puedo soportar tu rechazo.
Acercó su mejilla a la cara de su hermana, intentando recobrar el dominio de
la situación. Sabía que eso la haría reaccionar y la tranquilidad volvería por
unas horas a su familia, destruida, pero lo único que le quedaba.
Un escalofrío recorrió todo su ser y el frio
de la muerte la taladró. Aquellos ojos
inmóviles, vidriosos, blancos, sin vida pero
que sentía la miraban. Aquella piel azulada, pómulos huesudos. Labios morados y resecos, engarzados en una
cruel mueca. Encías sangrantes. Aquella rigidez corporal. Apenas habían
transcurrido cinco minutos entre la última frase hiriente que su hermana le profiriese
y el momento en que Elisabeth había
entrado en la estancia. No podía gritar,
el terror la paralizó. Los ojos -llorosos
y enrojecidos- se negaban a cerrarse, fuera de si. Las manos, agarrotada, se
aferraban a las sábanas en un último intento por entender y el susurro…aquel susurro de aliento
putrefacto que con voz ronca sonaba a su espalda…
— Me perteneces, como ellos, como
todos... Ven.
Comenzó a entender. Su hermana no
había perdido la cordura, sólo se erigió en guardiana de aquel habitáculo siniestro,
guarida del “ente” que lo dominaba. Ahora todo cobraba sentido. Tantos años alimentando odio y culpa cuando al
final lo único que pretendían era protegerse una a la otra. Triste vida. Supo
que era su final y no se resistió. Sacó
el mechero que siempre llevaba consigo y
lo prendió en un último y desesperado intento de destruir aquel siniestro ser,
tal y como su hermana intentara quince años antes. Lo último de lo que tuvo consciencia fue del
resplandor, las llamas la engullían
ansiosas, hambrientas de vida. Al final, la vieja leyenda iba a ser cierta, el
pozo descubierto en el sótano no sólo contenía agua…
Veinte años después…
—¡Me encanta, mamá¡. Me la pido,
esta habitación será la mia.
…Ilusionada, la familia comenzó el traslado a su nueva casa…
Muy bien Cloe!!, me has metido en la historia desde el principio. La descripción ha sido tan real que es como si estuviera viendo a las hermanas. has llevado bien la historia y la has resuelto como siempre,,, sacándonos del tema en segundos. Tus finales son buenos ;). Quiza no tiene todo el terror que pedía el reto de este mes, pero si has transmitido otra forma de terror, el psicológico,. Me ha gustado. Enhorabuena!!
ResponderEliminarAy mi querida aquario, ¿qué sería de mí sin tus apuntes?
EliminarVaya, menudo relato de terror tan propio de Halloween, me ha encantado. Escribes poco en este blog, pero te luces cuando lo haces. Biquiños!
ResponderEliminarMil gracias Cris. Peasso comentario... Un placer contar con tu compañia :)
EliminarTe invito a seguir mi blog! Creo que va a gustarte!
ResponderEliminarhttp://panoramasdeamor.blogspot.com/
Saludos
Hola! Me gustó mucho tu relato, parecía que iba en un estilo "¿Qué pasó con Baby Jane?" y de pronto se volvió sobrenatural con un ligerísimo aire a Lovecraft. Muy bueno.
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